El poder del docente universitario
Según Jean-Claude Filloux (2001), el docente esta protegido por una “pedagogía institucional” que le brinda cobertura (al igual que las coberturas de las obras sociales y medicas en salud). Esta pedagogía de “cobertura” tiende a sustituir la acción permanente y la intervención del docente por un sistema de actividades, de mediaciones diversas, de instituciones, que asegura de manera continua la obligación y la reciprocidad de los intercambios dentro y fuera del grupo, espacio mantenido, sin ninguna duda, por algo especifico que es el entramado de la función del saber, en tanto que el docente la representa para los alumnos.
En un espacio en el que alguien acepta ser para otros el representante del saber. Donde hay un pedagogo hay una pedagogía, en tanto la función del saber interviene en cuanto existe alguien que sea su sostén y el campo esta provocado en cuanto un pedagogo se presta a la suposición de que él representa el saber. Todo lo que se trata de definir es la manera en la que la función de saber interviene en dicho campo, la manera en que el deseo del docente la provoca en los alumnos. (Filloux, 2001)
Si el docente tiene un lugar central desde el punto de vista institucional, ¿esto quiere decir que el poder que detenta a partir de la institución es o debe ser el de un “conductor”, un “jefe”, un “coordinador”, un “guía”? La respuesta se vincula con la manera que el profesor desempeña su tarea, pero también con la forma como se ve él mismo en ese rol.
Aun en la universidad (o en la universidad mas que en ningún otro lado), el docente sabe que tiene una posición que le permite controlar la satisfacción y las gratificaciones; que las notas, apreciaciones y evaluaciones, por mas “racionales” que sean, se utilizan, de hecho, sancionando la manera en que los alumnos ejecutan las demandas que se les efectúan para satisfacer el deseo de dominio. Así el campo pedagógico puede analizarce como un lugar de relaciones de poder, de negociaciones implícitas, de transacciones. Los docentes y los alumnos participan de la representación de una ineludible relación de dominio-sumisión, oculta bajo un contrato implícito dentro de un orden identificatoria que se basa en la racionalidad pedagógica.
En ocasiones cómplice o espejo del grupo, en el docente se encuentra, bajo la apariencia de la delegación del poder, la imposición de una ley dicha por el. Si bien es cierto que evaluar es comprender, la evaluación no produce, la mayoría de las veces, comprensión del proceso sino solo medición de resultados.
Estas reflexiones conducen, como sucede en general con los temas educativos, a la conclusión de que nada es mas engañoso en la evaluación de los métodos educativos que el simple éxito o fracaso. El éxito no puede significar otra cosa que el descubrimiento por parte del alumno, de la mejor manera de acomodarse a un profesor en particular.
Fuente: El examen en la universidad. Raúl Nicolas Muriete. Buenos Aires-2007.
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